jueves, 31 de marzo de 2011

Almafuerte

Hicimos un pacto. Él es un vivo sin vida buscando flores para su última misa. Yo soy un muerto que quiere que no lo tengan por muerto. ¿Por qué no cambiarnos y volver a vivir si no iba a morir más en el intento? ¿Y a él, que es lo peor que pudiera pasarle? ¿Vivir? Vivir es cantarle a la vida y éste solo canta a los muertos.

En este lado apenas hay sensaciones, es un erial que acalla las almas en medio de ninguna parte. Todos son sombras sin sombra, excepto yo, que muero por volver. Por eso será que puedo hablarle a los vivos, aunque escuchen un susurro y hagan oídos sordos, aunque mi voz solo sea voz en viejas cintas de cassette. Pero era cuestión de tiempo hallar a la persona correcta, a esa que quiere escuchar y entonces darle el último empujón. La muerte es poderosa. Hay más muerte en la vida que vida después de la muerte. Por eso conviene usar su influjo para evitarla. Hay quién desea morir y hay quién solo la teme y por no temerla ni la nombra. Yo ni lo uno ni lo otro, por eso será lo de mi segunda oportunidad. He quedado a las doce en el campanario, la hora perfecta. Me lo imagino dejando su carta de despedida y encargando ya el traje de madera. Y a todo esto, ¿cómo voy a ir yo? Bah, da igual, cuántas cosas voy a hacer que siempre quise, cuantas no volveré a repetir, qué privilegio esto de volver a empezar.

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