Javier Casamitjana
Periodista
42 años
Marzo de 2022
¿Cómo lo vivió el
periodismo?
Estábamos en la redacción, alguien llamó y todos corrimos a
por lo qué llevábamos meses buscando: Una buena noticia. Ilusión que llevarnos
a la boca. ¿Saben eso que dicen de los periodistas acerca del orgullo de dar
una buena noticia? Pues es cierto. Con el Templario y su presentación del cine
Jerezano sentimos eso recorriéndonos las venas. Ver ese antiguo cine
perfectamente acondicionado, gestionado por uno jóvenes anónimos que, sin
saberlo, estaban dejando de serlo, leer la programación cultural, los folletos
que decían “Bienvenido al nuevo mundo” y la gente agolpándose en la puerta
buscando esperanza... De repente, la vida era algo más que sobrevivir.
Hay que tener en cuenta que el periodismo entonces necesitaba
ayuda. Gente interesada en las noticias. La época del Templario fue buena para
el sector, pero también es cierto que tenía mucho de falsa ilusión. Nadie nos
garantizaba acciones continuadas y, aunque hubieran sucedido, la gente se
acostumbra muy pronto a lo extraordinario. Tanto, que conseguían que dejara de
serlo. Pero teníamos el deber de contar lo que estaba pasando. Así que la
aparición del Templario fue recibida primero como un acto puntual único, que
traía consigo análisis sociológicos y de opinión de todo tipo, y luego fue
considerado una época. Y eso en realidad era lo más bonito. Que el Templario
había marcado una época y nosotros la estábamos narrando. Desde el Templario hay
una ilusión asentada. En cualquier momento puede volver, siempre quedará esa
incertidumbre. En cualquier momento todos nos podemos convertir en templarios.
Y eso es extensible al periodismo, que vive con una esperanza atada al pecho.
¿Cuál fue su mejor
actuación?
La flota independiente de autobuses, creo.
No fue la más reconocida, pero sí una de las que más valores
realzaba: Con imaginación y una organización independiente se podían hacer las
cosas bien. El mensaje era el más pedagógico que había emitido cualquier
personaje social en muchos años, lo de los políticos ya se sabían promesas
envenenadas.
Empezando de cero, todo era posible. Además, implicaba de
alguna manera a la sociedad. La gente se sentía Templaria porque cogía ese
autobús, iba de un sitio a otro y de alguna manera decía “así queremos viajar nosotros, así
nos gusta que se hagan las cosas”. La metáfora del viaje, del cómo
queríamos ir por la vida. Y mandaban un mensaje cifrado al sector pudiente, que
recogieron el mensaje entre el enojo, la envidia y la vergüenza. Y eso era algo
que no conseguían tampoco los medios de comunicación porque los medios se
habían convertido en marionetas. Marionetas atrofiadas de no poder moverse a su
antojo.
Claro, todo esto es algo que se escapaba a la comprensión de
una mediana empresa o un ayuntamiento ahogado por su propio vómito. Por eso se
quejaron al principio. Fue una cosa absolutamente de locos, propia de unos
visionarios. Ver esos autobuses con el
símbolo del escudo, esa torreta con ruedas que se filtraba entre las calles de
Jerez, llevando a la gente por un precio irrisorio para lo que caía entonces,
era algo muy significativo.
No olvidemos que no solo era reflotar, limitada y
sectorialmente, los itinerarios que conectaban diversos puntos de Jerez, era también
el mensaje sostenible que llevaba implícito. Estos autobuses funcionaban con un
carburante mucho más respetuoso con el medio. Copiaban el estilo sudamericano.
Cómo se abastecieron durante los primeros meses fue una auténtica incógnita. Lo
fuerte del asunto en que convencieron a empresas que ese podía ser buen camino
y articularon la manera de hacerlo. Inversión más ilusión se había convertido
en productividad. Si los medios de comunicación actuaban al servicio de las
buenas costumbres (y no al revés, que es lo que hasta entonces pasaba), lo
imposible pasaba a ser probable, y lo probable, finalmente una realidad.
¿Quién era el
Templario?
Se hablaba de un Bruce Wayne a la jerezana, ya sabe, un
Batman. Un rico que se había arrepentido de serlo, pero que tenía demasiado
dinero para ignorarlo. Así que decidió emplearlo en otras cosas. Yo no tengo
tan claro que fuera así. Me cuesta imaginar a alguien que proviniera de la
riqueza generada aquí transformándose en un activo social. Puede ser, pero creo
que un análisis tan objetivo y certero como el que hizo el Templario requería de
una visión externa. Los terratenientes siempre fueron esquivos a mojarse
socialmente. Creo que pudo ser alguien que la ciudad acogió bien, se sintió
adoptado y terminó enamorándose perdidamente de ella.
Y alguien influyente,
sin duda. Tanto como para conseguir un padrino o padrinos económicos. Solo el
traje de Templario ya era una barbaridad de costoso. Las fotografías están para
mostrarlo, sus cinturones, el casco, la cota de malla. No estamos hablando de
un cualquiera.
Nunca vi tantos periodistas en Jerez persiguiendo un
fantasma. Nos solíamos situar cerca de la catedral, frente a la mezquita, donde
se decía, tenía su base de operaciones. Pero pese a que la policía registró
cada uno de los rincones del emplazamiento y que fuera improbable que se hubiera construido una base
de operaciones cercana, seguíamos teniendo la esperanza de que apareciera por
allí. Y es que El Templario era un símbolo inclasificable.
¿Qué fue de él?
Como todo en torno a su figura, es algo incierto. Se sabe,
por conversaciones que mantuvimos con entidades y personas que trataron con él,
que iba a abandonar la ciudad. Que cortó todos los sistemas de comunicación que
había mantenido y que después de septiembre de 2012 ya no quedaba rastro alguno
del Templario.
Hubo quién especuló con que aparecería en ciudades
colindantes. Cádiz, El Puerto de Santa María, San Fernando… pero eso nunca
sucedió. Personalmente, pienso que la gente lo decía más por ilusionarse que
porque hubiera posibilidades reales. El Templario no iba a conocer la
idiosincrasia de cada población y cómo moverse en ella y bajo qué parámetros.
El trabajo en Jerez fue un trabajo que seguramente requirió años de visión
estratégica para luego vertebrar cada acción. No, definitivamente era imposible
repetir sus hazañas. A no ser que salieran imitadores, claro.
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